SIEMBRA,CULTIVO Y RECOGIDA DE LOS PRODUCTOS HORTÍCOLAS
Se sembraba de patatas y hortalizas todo lo que se podía regar en el
verano: El carretil, las Casas de Arriba, Los Cercados, Cercadillo, Prados de Abajo,
Las Cañadillas. En la Aldea ocurría lo mismo, con el río se regaban Los
Trigales, Las Ramonas y con la Garganta, las parcelas por encima y debajo de La
Carrera hasta llegar hasta las huertas en las inmediaciones de la Ermita de San
Juan. Además, numerosísimas parcelas diseminadas por las Hoyuelas, El Pinarejo,
Doña Juana, El Venero que se regaban con manantiales. Recogían el agua en una
poza y a regar mañana y tarde. Era un vergel, todo labrado y todos los huertos poblados
de árboles frutales: manzanos, perales, cerezos, melocotoneros, ciruelos,
priscos, guindos garrafales. Totalmente diferente a como lo conocemos ahora.
Se sembraban patatas, repollos, remolachas, nabos, cebollas, lechugas, calabazas para hacer la matanza, judías de
bildorao de mata baja, judía plana, pipos morados con vara, caretos. No se
sembraban, como ahora, tomates, pimientos, zanahorias, puerros, guisantes,
berenjenas, judiones. En Navacepedilla si que se hacia bueno el refrán: “el
repollo de enero sabe a cordero”, cuantas veces nos mandaban: ¡anda!, vete a la
huerta y te traes un repollo. Había que quitarle la nieve para cortarlo.
En la siembra de las patatas y las hortalizas
lo primero que había que hacer era preparar la tierra. Se araba, se abonaba con
estiércol de las cuadras o con el que dejaban las ovejas durmiendo en la
tierra, que era el mejor. Se tapaba el estiércol con la vertedera, después se
le daban otro par de vueltas con el arado y finalmente se asurcaba. La
costumbre era hacerlo en canteros, era minoritario los surcos a lo largo. La
siembra en las tierras de las hoyuelas solía hacerse en abril-mayo y en las
demás de mayo a últimos de junio, alguna vez, por aquello que hasta el treinta
de junio estaban obligadas las ovejas a estercolar los huertos, alguno se
sembraba aprimeros de julio. Pasados unos días de la siembra se las rastrillaba para ahogar las malas hierbas, cuando ya estaban nacidas se les movía la tierra “mullida” y finalmente se lés regazaba la tierra para facilitar el riego “acollado”.
Había una costumbre que yo conocí que si te descuidabas en sembrar las judías para “fréjoles” o para secas, si las sembrabas antes de rayar el sol la mañana de San Juan crecían y se desarrollaban como las que habías sembrado en época, mayo-primeros de junio.
Entre los sembrados de patatas y judías se sembraban berzas que
proporcionaban exquisitos repollos y remolachas para alimento del ganado.
En muchos pueblos de castilla
se solían componer ripios o canciones populares a los "aperos" de labranza y también a los utensilios que se utilizaban en la casa o para realizar las labores del campo, ahí va una muestra:
EL RAMO DEL ARADO
El arado
os contaré,
de
piezas lo iré formando,
y de la
pasión de Cristo,
palabras
iré explicando.
El
dental es el cimiento,
donde se
forma el arado,
pues
tenemos tan buen Dios,
amparo
de los cristianos.
La cama
era la Cruz,
Cristo
la tuvo por cama,
y al que
siguiera su luz,
nunca le
faltaría nada.
La
esteba era el rosal
donde
salen los olores,
María
coge colores
de su
vientre virginal.
La reja
era la lengua,
la que
todo lo decía,
válgame
el divino Dios,
y la sagrada María.
El
pescuño es el que aprieta,
todas
las ligazones,
en él
podéis contemplar,
afligidos
corazones.
Las
orejeras son dos,
las
orejas, los clavos,
que, a
Cristo, nuestro señor,
le pusieron
en las manos.
Las
belortas y las hitas,
donde
está todo el gobierno,
significa
la corona de Jesús
El
Nazareno.
El timón
que hace derecho,
que así
lo pide el arado,
significa
la lanzada
que le
atravesó el costado.
La
clavija que atraviesa,
por la
junta del timón,
es el
clavo que penetra
los pies
de nuestro Señor.
La
telera y la chasqueta,
entre
ambos hacen cruz,
consideremos
los cristianos,
que en
ella murió Jesús.
donde a
Cristo maniataron,
las coyundas,
los cordeles,
con que
a Cristo le amarraron.
Los
bueyes son los ladrones
que de
Cristo iban tirando,
desde la
casa de Anás
hasta el
monte del calvario.
Los
frontiles son de esparto,
se los
ponen a los bueyes,
para que
no se lastimen
los brazos
con los cordeles.
La ijada
que el gañán lleva,
agarrada
con la mano,
significan
las varas
con que
a Cristo azotaron.
La
azuela que el gañan lleva,
para
componer su arado,
significa
el martillo
para
remachar los clavos.
El agua
que el gañán lleva,
metida
en el botijón.
significará
las hieles
que le
dieron al Señor.
Ya se concluyó
el arado,
de la
pasión de Jesús,
adoremos
a María,
que nos
da su gracia y luz.
El fuelle
es un instrumento
sencillo
de manejar,
que sirve
para dar viento
y a la
lumbre encandilar.
Hoy día
esta arrinconado,
en desuso
o desempleo
y puede
ser contemplado
como pieza
de museo.
Con la
trébede y tenaza,
los tres
fueron a la ruina,
se cumplió
aquella amenaza,
ya no
están en la cocina.
Los
echaron sin piedad,
sin darles
ninguna opción,
el gas y
la electricidad
fueron su liquidación.
El grosero no perdona,
y se lleva por delante
al león y a la leona,
al listo y al ignorante.
Adiós, fuelle de mis sueños,
te seguimos recordando,
juguete de los pequeños
que disfrutaban soplando.
Recogida de la patata se
hacía durante los meses de octubre-noviembre aunque antes ya se habían
cosechado las tierras regadas con pozas que eran minoritarias “patata temprana”.
Primero se arrancaban las parras para favorecer el arranque con el azadón. Unos
iban arrancándolas y las dejaban encima de la tierra y otros, las recogían en
cestos y cuando llenaban el cesto las echaban a los sacos que pesaban mas o
menos ochenta kilos. Se acarreaban con
caballerías o con carros. Las depositaban en el patatero y como el invierno
solía ser muy crudo las tapaban con helechos o con pajas de rastrojo, como se
podía para que no se helasen. Los patateros estaban a rebosar, había familias
que cosechaban mas de diez mil quilos cada una.
En la
recogida de la patata se utilizaban los
cestos hechos de mimbre. Las patatas que dejaban los arrancadores se
dejaban extendidas en la tierra para que se oreasen, se las recogía, se las
golpeaba para quitarles la tierra adherida y se las tiraba al cesto. Del cesto
pasaban a los sacos, se cosía la boca del saco con la “lezna” y en los burros o
en el carro, al patatero. Las dos personas que
hacían los cestos eran el tío Aniceto que vivía en la Plazoleja y tío
Juan “el cestero” que vivía enfrente de la entrada del Ayuntamiento, en la
calle de la Iglesia. Cortaban las mimbres de un bardal especial, las ataban en
haces y las metían bastantes días en el rio para que se ablandaran y así se
pudieran moldear para hacer el cesto. Normalmente los cestos los hacían con las
varas sin pelar y las cestas con las varas peladas. Se usaban también los
cestos para llevar la ropa a lavar, para
ir al río a fregar los cacharros…
La recogida de las judías, las
de bildorao “arriñonada” que eran de mata baja, de una calidad insuperable y
los pipos morados de vara, se hacía con toda la familia y conocidos, hombres, mujeres, amigos, vecinos, pequeños,
todos. El cubo, el costal o saco y las manos eran las herramientas utilizadas. También
era muy divertido por la diversidad de personas que intervenían y por lo
relajado del trabajo.
Después de la recogida se llevaban a la era, a Peña la Hiedra o en las
propias losas a la entrada de las casas, las dejaban que se solearan y a
continuación con una vara se las zurraba para separar las judías de las
cáscaras, se las aventaba con la pala para separar las cáscaras, finalmente se
las movía en el “cedazo” y poco a poco se retiraba con la mano los pequeños
restos de las vainas y, a través de la criba, caían al suelo las pequeñas
partículas. Se iban recogiendo en
costales y posteriormente en las casas, encima de una mesa, otra vez la familia
, durante el principio del invierno se las escogía, así quedaban listas para el
consumo o la venta.
Las
varas que habían servido de soporte se arrancaban y posteriormente, con la mano
se pelaban los espárragos y se colocaban en montones. Los muchachos
aprovechábamos para ir a recoger los montones de espárragos a las huertas, y
con ellos, hacíamos luminarias en las inmediaciones del puente del río y hasta en la plaza. Al
final, los agricultores colocaban muy bien las varas en el "varero” para
utilizarlas al año siguiente.
Recogida de la fruta: No
ha variado mucho en cuanto a las especies aunque algunas han desaparecido.
Había perales de Donguindo -aún hay algunos-, perales enormes, en las
Jerteras, Helillas, Cercas de las Hoyuelas. Peras muy ricas. A nivel nacional
se las conocía por “Peras de Villafranca”. La pera de Aranjuez, muy
buena para la venta, también había perales enormes. He conocido recolectar de
un solo peral treinta y cinco cajas de entre treinta-treinta y cinco kilos por caja, aproximadamente mil kilos
de peras. De agua que eran muy tempranas. De Roma que maduraban
muy tarde, había que envolverlas entre paja de rastrojo para poderlas comer por
nochebuena.
Las manzanas prácticamente las que
conocemos ahora: Reineta Blanca, Verde Doncella, Starking, en lenguaje vulgar “Morro
de Liebre”….Hay una especie desaparecida la Reineta Encarnada, una manzana roja,
de carne muy blanca, que duraban hasta mayo-junio del año siguiente, rica de
sabor. Había unos manzanos de esta especie en La Cerrá el Camino o en el Prado
Pedregal que eran enormes. Era especie muy rara en España, yo diría que local.
En cierta ocasión, por curiosidad, le llevaron unas cuantas al Ingeniero de
Sección Agronómica de Ávila y no las conocía. La manzana Golden entonces no se
cultivaba.
La recogida vuelve a ser familiar, como con las judías y la trilla. Cada
uno llevaba su cesta, atada con una cuerda-soga terminada en un gancho de palo
para colgarla de las ramas y como a unos veinte centímetros se ataba la cesta.
Desde la escalera cogías la fruta, llenabas la
cesta y cuando la tenias llena, dejando escurrir la soga y sin bajar de
la escalera, la dejabas descender hasta el suelo, y los que estaban en el suelo
la vaciaban en las banastas ya preparadas con un pequeño lecho de paja de
rastrojo o helechos. El acarreo de las cajas se hacía como con las patatas, en
burros -llevaban cuatro cajas en cada carga- o en carro. Las vaciaban en
cuadras, en sobraos o en habitaciones de las propias casas sobre un lecho de
pajas de rastrojos o helechos para que no se macasen. Cuando las vendían, los
empleados de los compradores las escogían, las colocaban en las cajas y en los
camiones al mercado.
La
producción de fruta en la posguerra, en un año de cosecha normal, pasaba del
medio millón de kilos, en años abundantes se superaba con creces esta cifra. Siempre hablo
entre Navacepedilla y la Aldea. Era permanente ver a varias personas, desde
Octubre a Febrero, envasándolas en las cajas para llevarlas al mercado a
Madrid. Uno o dos camiones a la semana del tío Manolo salían para Legazpi en
Madrid, luego venían a comprar asentadores, también de Madrid, que les representaba
Rufino Romero y, a veces, compradores asturianos para la fabricación de la
sidra.
Otro fruto que todas las familias
recogían eran las nueces. Ahora
proliferan muchos nogales pero había muchísimos más que ahora. Por los años
cincuenta se pagaba muy bien la madera de nogal. Sin mucho control ni
autorización se arrancaron masivamente para su venta. El más grande fue el de
tío Juvencio, en la huerta primera de
la regadera de las Jerteras, junto al
matadero. Todo el pueblo estuvimos viendo su caída. Primero le cortaron enormes
ramas para que no se estropearan en la caída y finalmente, durante ocho o diez
días, excavaron la tierra alrededor de la tronca, cortaron sus raíces laterales
y lo arrancaron. Se rumoreó por el pueblo que los maderistas que venían a
verle, por lo menos alguno, lo habían barrenado para saber si estaba hueco, porque un nogal hueco de tal tamaño sería una ruina para el comprador.
Nada más amanecer, con la
cesta y el saco a recogerlas. Había que madrugar porque normalmente las nueces
de tus nogales no caían siempre dentro de tu huerta o prado, caían al camino o
a la callejuela, y podía ir otra gente y recogerlas antes que el dueño del
nogal. Una vez recogidas normalmente se
las lavaba en el río con una cesta de mimbre y a continuación se las extendía
en las puertas de las casas, echándolas sobre alguna manta. Una vez bien secas
se almacenaban en sacos hasta su venta.