LA SIEGA DE LOS PRADOS
A finales de junio se empezaba la
siega de los prados. Formaban cuadrillas de cinco o seis segadores y
contrataban al dueño la siega del prado por las peonadas
que hacía, de esta manera los segadores lo hacían a destajo
y terminaban de segar en el menor tiempo posible. Naturalmente el precio tenía
que ver con la hierba que tenia el prado y las dificultades que entrañaba la
siega. Había prados muy en cuesta y por tanto el esfuerzo era enorme.
Se empezaba al amanecer y terminaban
con la puesta del sol. Hacían un descanso para comer y otro para merendar. Si
el corte no estaba muy lejano los familiares de los segadores, por turno
riguroso, les llevaban la comida que solía ser “el cocido” que producía muchas
energías, acompañado del vino de la bota. Encima del aparejo del burro ponían
un “serón” o “aguaderas”,
con dos o cuatro departamentos para llevar las cestas. Las meriendas solían ser a
base de jamón, queso de cabra o tortilla .
Los aperos de los segadores de hierba eran la guadaña, herramienta
fundamental, el yunque para picarla y la piedra de afilar metida en una cuerna -“el
gazapo”- con agua, colgado del cinturón. Lo fundamental era preparar bien el
afilado, de ello dependía el trabajar menos para realizar el mismo trabajo.
Claro, segaban la hierba de arriba para abajo, unos detrás de otros y dejaban,
cada uno a su izquierda el correspondiente “maraño” de hierba segada.
Normalmente afilaban la guadaña con la piedra cuando terminaban el maraño. Cuando el corte
se hacía romo, la piedra no afilaba y ya necesitaban picar la guadaña para
afinarla, era la tarea más difícil porque si se agrietaba no segabas bien.
Clavaban el “yunque” en el suelo, una especie de puntero que tenía un tope a
quince o veinte centímetros para que no se hundiera, y en el saliente, tenía
una especie de meseta cónica y con el martillo estiraban el corte hasta dejarle
afilado.
La hierba, segada en “maraños”,
la dejaba secar. Solían dar la vuelta al maraño pasado uno o dos días y a los
tres días se recogía la hierba “el heno” y se lo colocaba en el “almeal”
.
En la recogida del heno intervenía casi toda la familia. Sin madrugar porque
podría haber rocío. Se preparaban las herramientas, horcas de madera y de hierro, rastrillos de madera, reja, el botijo, la yunta de vacas o de burros,
sogas…Unos recogían la hierba en montones con las horcas, otros recogían lo que
quedaba con los rastros. Con una soga que se colocaba alrededor de la pelota de
heno, atadas las dos puntas al yugo de la yunta, sujetándola en los alrededores
con el mango de las orcas o rastros se llevaba la pelota de heno “narria” hasta
las inmediaciones de la “almealera”. Mientras seguía el acarreo,
uno hacía el almeal y el otro, con la horca
de hierro, desde abajo, echaba
arriba el
heno para colocarlo hasta que conseguían la recogida final. Cuando se terminaba
el “almeal”, cortaban unas bardas de sauce, las ataban las ramas finales en
forma de lazo y las ponían -tres o cuatro- en lo alto pasándolas por el palo de
la "almeal", cubriendo el heno para que no se lo llevara el aire. El “almealero”
y el que le echaba arriba el heno se marchaban al río, se quitaban la
ropa,
en calzoncillos o en “cueros”, se
bañaban o lavaban para quitarse el tamo del heno que producía picor por todo el
cuerpo.
Lo más importante es que eran muchos, familiares, amigos,
chicos y grandes.
Surgían conversaciones, anécdotas, bromas, todo era relajado y muy divertido y
en las comidas y meriendas, algunos o algunas se volvían dicharacheros porque
no faltaba el vino.
La comida consistía en un buen cocido. Además de los garbanzos con
repollo, le echaban tocino, chorizo, morcilla, carne, huesos de jamón y el
relleno, echo con huevo batido, pan rayado y peregil. Todo bien regado con el
vino barranqueño de la bota. En la merienda, normalmente se comía jamón y tortilla. En algún momento de la siesta
o la merienda se solían cortar algunas ramas de cerezas, que abundaban en todos
los prados, para comerlas por todos.
No faltaba nunca el encuentro con alguna víbora, bien en la “almealera”
al hacer el agujero para colocar el palo, al mover las piedras o bien al
recoger la hierba. Hubo veces que durante la siesta pasaba alguna por encima de
alguna persona, lo que ocurría es que al estar sobre aviso la dejaban, no la
molestaban, y pasaba sin hacer daño. Había muchísimas
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