EL RÍO CORNEJA. EL PAISAJE
El Río Corneja,
es uno de los elementos, junto con el paisaje, más importante y emblemático de
Navacepedilla. Además de ser importante por la cantidad de prados y huertas que
con él se regaban y proporcionar agua a los tres molinos harineros y a la
central de la luz, constituyó desde siempre un atractivo para el baño en la
época estival, y sobre todo, para la pesca de las exquisitas truchas comunes,
las de las pintas rojas. En la
época a que nos referimos proliferaban las truchas, y unos con caña, en
aquellos tiempos, vara de avellano, con aparejos rudimentarios, un poco de "bramante", unos pelos (sedal) de pocos centímetros que se les unía con nudos,
una veleta echa con tapones de corcho, el plomo y el anzuelo y a pescar. Era
tal la cantidad de truchas que había que todo el mundo las pescaba, claro, unos
más que otros. El maestro de maestros era el tío Victorio. Era un espectáculo
verle pescar. Recuerdo un día que subíamos a la fiesta de San Juan y estaba
pescando por el molino de tío Sebastián, cada minuto sacaba una. Luego llegó la
sofisticación de los aparejos: la caña de bambú, lanzadera, la cucharilla, la
mosca y la proliferación de pescadores y todo cambió. Durante el verano la
gente se dedicaba a pescarlas a mano, otros con trasmallo y algún desaprensivo
con cicuta o gordolobo. A pesar de todo había muchísimas. Durante la hora de la
siesta de los recogedores del heno, al río, a pescar las truchas a mano para la cena.
En los meses de
julio y agosto todas las tardes los chavales, según comíamos, a pescar y a
bañarnos al molino del tío Mariano, luego de Alberto, su hijo. Siempre
pescábamos unas cuantas.
Navacepedilla en otoño. |
El baño lo inaugurábamos en San
Juan, ¡con el frío que venía el agua! Los padres no nos dejaban pero…. En
aquellos tiempos, en el charco San Juan, en el de la Luz, en el molino de
Alberto, lleno de pequeños, mayores, todos juntos bañándonos sin bañador, como
nuestra madre nos trajo al mundo. ¡Cómo cambian los tiempos!. Empezó a usar
bañador Jaime el de tío Natalio y D. Ramón, el médico, y algún veraneante…Las
jovencitas, las más atrevidas, solían irse a bañar a los Pinarejos con faldas
hasta los tobillos, tenían en secreto el sitio para evitar que fuéramos a verlas, "espiarlas".
El Paisaje hace cien años no era igual que ahora
aunque pueda parecer que siempre haya sido igual.
En
la primavera, por el mes de abril,
empezaban a amarillear los prados, nacían “los gamonitos”[1] y se
recogía en los alrededores de las fuentes “la pamplina”[2] para
hacer exquisitas ensaladas. Estas dos cosas han cambiado poco. Todas las fincas
estaban limpias, los prados regándose, totalmente verdes y las huertas con todas
sus lindes rozadas y el campo arado, las varas para las judías apiladas,
parecía todo un jardín esmeradamente cuidado. Era una gozada mirar desde el
camposanto, por ejemplo, al carretil y ver el contraste marrón de las fincas
aradas, el verdor de los prados y entre el robledal el blanco de los cerezos en
flor. En la Aldea ocurría lo mismo. Era una delicia pasear por La Carrera, a un
lado y a otro todo sembrado de patatas y judías. Durante el mes de mayo y
junio
la floración de la retama “escobas”, los
tomillos, los perales y los manzanos era todo un espectáculo de colores y de
olores. Si la primavera empezaba lluviosa y en el mes de junio hacía calor,
toda la montaña, cubierta de retamas, florecía casi al mismo tiempo, se ponía
amarilla y despedía un intenso y agradable olor. Ahora tanto o más porque al
haber poco ganado es más tupida la retama “escobas”, el año pasado 2017 fue
especialmente espectacular. En el siglo pasado la floración de los frutales en
el mes de mayo-junio, abundantísimos en todas las huertas, cada especie tenía una flor diferente, el
marrón de las huertas recién sembradas, el verdor de los alrededores producían
una foto incomparable. Cuando vivíamos
allí no captábamos estos fenómenos con la intensidad que ahora que llegamos del
olor contaminado de la gran ciudad.
Floración del tomillo "Lavanda" |
El
verano también era diferente, todos
los campos arados se han vuelto verdes, habían crecido las patatas, las judías,
las hortalizas… Las fincas dedicadas a cereal, todas sembradas de trigo,
centeno, cebada o algarrobas. En la sierra, los rozos, casi toda Velacha o el
Vallejo sembradas de centeno y en la Aldea, Majalpino o Navalconcejo. Las
fincas particulares en La Cancha, las
Majadillas, Majacolchón, los Pinares… Todo
sembrado. No había fuente en la Sierra que no hubiera comiendo o sesteando
rebaños de ovejas y convivieran segadores, pastores, el cabrero o el burrero.
Ahora no te encuentras a nadie.
En la era. Foto: Pedro Jiménez. |
Además
de los colores y olores, los cánticos de la perdiz, la codorniz, la tórtola, la
paloma y el ruiseñor en los árboles de las huertas, no dejaban de sonar. En el
silencio de la noche, los autillos y el cárabo se oían con toda nitidez y
alguna vez el aullido de los lobos.
Y
el paisaje ambiental era totalmente diferente. En verano, cuadrillas de segadores, carretas,
yeguas y burros cargados de “mies” camino de la era que funcionaba desde
mediados de julio hasta últimos de Septiembre. Unos más, otros menos, todos a
la era. Otra estampa era el botijo y los cántaros de barro para llevar agua
para beber de las fuentes del río, de la calle La Aldea o del Chorrillo en el
anejo.
Las
noches del verano, acabada la jornada, todo el pueblo disfrutaba del frescor de
la noche, se juntaban los vecinos a las puertas de sus casas y charlaban, y en
la plaza, toda la chavalería jugando al rescate, al “perro galgo”, a la
“zapatilla por detrás”… y corriendo por las calles del pueblo jugando al
escondite o escapándonos de los “zanjonazos” que nos propinaban los mozos,
sobre todo Ángel, “El Pavero”.
El otoño era parecido al actual aunque
había algunas diferencias. Nada más terminada la era aparecían los burros
cargados de piornos “calabones”[3] que
traían de la sierra, en la era la mies se ha sustituido por las judías que
extendidas al sol, una vez aireadas y
secas, se las apaleaba con una mimbre
para separarlas de las cáscaras. En las huertas se arrancaban las patatas, se
quemaban sus parras y se limpiaban las varas de los “pipos” para utilizarlas al
año siguiente. En la era aparecen las flores moradas del azafrán silvestre.
En
los prados, robledales y los pinares
aparecen multitud de setas exquisitas, boletos de todas clases: edulis, pinícola,
regios. Setas de cardo y de caña de la misma familia, “corrillos de brujas”, lepista
nuda y personata (“borrachas” en lenguaje vulgar), y gran variedad de
champiñones y níscalos.
El
paisaje cambia totalmente. El otoño quizá sea la estación más hermosa en
Navacepedilla. El marrón de las huertas y tierras de labor, el verdor intenso
de la retama, el ocre del robledal y entrelazado, mezclado, el amarillo intenso
de los chopos. En la parte medía de la montaña, en los pinares y en navazás el
color rojo vinoso de los “serbales”[4] dan
al paisaje un colorido sorprendente, incomparable.
El
invierno es la estación más difícil
por las temperaturas tan extremas que se dan, la mayor parte del invierno con
temperaturas bajo cero. Recuerdo helarse los huevos colocados en el basar del portal de las
casas. Los nevazos que caían
eran abundantes y los “carámbanos” que pendían de los tejados llegaban casi
hasta el suelo. Varios días al año los muchachos no podíamos ir a la escuela y
los animales tenían que quedarse en las cuadras sin poder salir. Hubo un año
que duró tanto el invierno que se murieron los conejos en la sierra porque se
quedaron sin comida. Aunque parece ser que en épocas pasadas nevaba más…Lo
decía el tío Ruso un día en una de las tertulia que se formaban en el juego de
pelota, hablaban del tiempo y la gente recordaba que antes nevaba más y el
bueno de tío Ruso espetó: “Con eso de que
la tierra da vueltas nos habremos ido a tierra cálida”.
Cuando
nevaba la mayoría de la gente se marchaba con azadón y perro a rastrear los
conejos y en los vivares los cavaban y los cazaban fácilmente. Los que tenían colocados
los “orzuelos” en las tierras centeneras o alrededor de las fuentes, estaban de
enhorabuena porque se podrían encontrar con más de una perdiz en cada uno, ya
que se cubrían de nieve y las perdices, al estar tapadas las tablas, volvían a
pasar y caían. Los chavales cuando nevaba, ¡tan contentos!. Si nevaba mucho, no
podíamos ir a la escuela y además porque preparábamos cuadrillas para jugar con
la nieve. Lo primero que hacíamos era construir un gran monigote de nieve en la
plaza, lo más imaginativo y gracioso posible. En cualquier cuesta
improvisábamos una bajada de esquí, con cualquier cosa, un saco, una tabla, debajo del culo y a lanzarnos cuesta abajo. Alguna vez nos
fuimos al estanque del carretil a patinar, tomábamos nuestras precauciones, nos
atábamos a la cintura una soga, si se desprendía el hielo tirábamos de la soga.
Uno patinaba y los otros controlaban la soga. La gran movida consistía en
“jugar a la guerra” con bolas
de nieve. Dos cuadrillas y a “bolazos” por las
huertas y las calles del pueblo, y claro, siempre se escapaba alguna y sin
querer se la encontraba alguna persona mayor y según quién, teníamos problemas.
Nevaba muchísimo, en la Calleja la Aldea, en la zona donde ahora vive Guille y
Jaime se cubría toda la calle de nieve y
desde los cercados se podía subir a los tejados de las casas y tirar por
la chimenea alguna bola de nieve.
Nevada 2017. Foto: José Luis Baquero |
La estampa típica del invierno eran las vacas en los prados alimentándose con el
heno almacenado en “las alméales”, las ovejas y cabras estabuladas, con los
corderos y los cabritos. Bueno, era sorprendente el espectáculo de la matanza, las luminarias
en las calles “chuscarrando” al cerdo y las mujeres en el río lavando las
tripas para después hacer los chorizos.
Una
de los recuerdos imborrables era la llegada del cartero, como en el invierno
las carreteras se hacían impracticables, no circulaba el coche de línea y solo
de vez en cuando llegaba la correspondencia. La gente se agolpaba alrededor del
tío Pablo, en la plaza, a preguntarle y ya anunciaba los que tenían carta, se lo sabía todo. La
gente estaba deseosa de saber noticias de los que estaban en guerra o
posteriormente de los pastores o familiares de los que se encontraban en
Extremadura ante las noticias de las crecidas del Guadiana.
[1] .- Su nombre técnico “Jacintos”
[2] .- También se la conoce como “Boruja”. Especie de
trébol pequeñito, en forma de alfombra tupida que se cría en las fuentes en
primavera.
[3] .- Los troncos de las retamas “escobas” negras.
[4] .- En lenguaje popular “jeriondos”
Imágenes relacionadas:
Pinchar para verlas ampliadas.
Foto: Alberto López.
Foto: José Luis Baquero. |
Nevada 2017. Foto J. Luis Baquero. |
Floración: Verde Doncella. |
La "almealera" |
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