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SIGLO XX. LA CAZA COMO RECURSO




LA CAZA COMO RECURSO


 

  Unos ponían trampas “orzuelos”[1] en las tierras sembradas de centeno o algarrobas. Consistía en rodear la tierra con un “halar” de ramos y, dejar unos huecos donde se ponían los “orzuelos” cubiertos de paja, por allí pasaban las perdices y caían en un hoyo. A la mañana siguiente se revisaban y se cogían las que habían caído. A veces hasta tres perdices en el mismo hoyo. Unos las aprovechaban para comida de casa y otros las vendían. Otros cazaban con reclamo. En el mes de marzo el reclamo, el de la jaula, era el macho. Cuando “cuchicheaba” el de la jaula, el de la pareja del campo venía a pelearse con él, su competidor. Había que dejar que entrase la hembra, se mataba la hembra y el macho, que levantaba el vuelo, volvía en busca de su pareja corriendo la misma suerte. En el mes de mayo el reclamo era con la hembra. Como las hembras en el campo, en esa época, estaban en el nido “engüerando”[2] sus huevos para sacar los “perdigones”[3], cuando cantaba la perdiz de la jaula, acudían los machos que estaban sueltos, incluso se peleaban delante del reclamo. Como había muchísima caza abundaban los cazadores con escopeta que se cargaban sus propios cartuchos. Cuando nevaba, mucha gente con sus perros, una red y un azadón, salían a cazar conejos. En muchos casos era una necesidad.

La familia del tío Vicente con sus hijos Santiago y Emilio eran cazadores profesionales que cazaban para vender las piezas, y con ello conseguían unos buenos ingresos para vivir. En aquellos tiempos se cazaba todo el año, no solamente no parecía mal, sino que los agricultores se alegraban para evitar daños de los conejos, las liebres y las perdices en los sembrados. Esta familia cazaba también zorros, tejones, jinetas, garduñas y en una ocasión cuatro crías de lobo en Serrota. En el caso de las zorras, tejones, ginetas y garduñas lo hacían para vender sus pieles, muy valiosas, especialmente la de la garduña que llegaba a valer las mil pesetas cuando un jornal no superaba las veinticinco pesetas. Su aliado era la nieve. Nada más clarear el día, bien enfundados con sus pellizas hechas con piel de oveja, calzados con abarcas, cubiertos los pies con “deales”[4] con su escopeta, su red y su perro salían al monte a perseguir a las presas por el rastro. El rastro más preciado era el de la garduña, podían estar todo un  día persiguiéndola siguiendo sus huellas, caminaba muchos kilómetros. Una vez localizado el animal, normalmente en los agujeros de un canchal, para obligarla a salir y dispararla, recogían un poco de pasto o incluso heno de alguna “almeal” y lo quemaban. Como le llegara algo de humo inmediatamente salía y aprovechando la visibilidad del terreno nevado era presa segura.

La caza del zorro: “Los Vicentes”, como se los llamaba en el pueblo, la llevaron a cabo de una manera especial. Vivían junto al molino y una de las ventanas del dormitorio daba a una pequeña huerta de su propiedad. Hablaban con el carnicero y les daba el vientre de una res, la ataban con una cuerda y la paseaban por el campo para que la zorra siguiera el rastro. Al llegar a casa, la dejaban colgada de un peral en la huerta, atada con una cuerda conectada al dormitorio con un sonajero-cascabel. Cuando la zorra , siguiendo el rastro que había dejado la carne, llegaba al peral, intentaba comer la presa, sonaba el testigo, se levantaba el tío Vicente y a través de la pequeña ventana la disparaba. Había noches que con este procedimiento podrían cobrar dos o tres zorros. La captura en la barrera del Liriazo en Serrota de cuatro crías de lobo
Santiago Navas, hijo del tío Vicente, relatando a
TV. Ávila la caza de cuatro crías de lobo en
Serrota. Foto. TV. Ávila
hembras, me contaron Santiago y Emilio que iban siguiendo la pista por una vereda, cuando llegaron a unas rocas y efectivamente, se encontraron con la cueva, la estaban observando cuando de repente salió la loba huyendo. Decidieron bajar uno al pueblo y el otro se quedó guardando la cueva para que la loba no entrara. Bajó Emilio y subieron con él Francisco Hernández y el tío Vicente con Emilio. Ya los cuatro decidieron entrar en la cueva hasta llegar a la camada. Me dice Santiago: ¿Y quién te crees que entró en la cueva?. El viejo Vicente, con dos narices, y sacó una por una las cuatro crías.


Las especies animales a mediados del siglo XX en Navacepedilla eran bastantes diferentes a las actuales. Eran abundantísimas las especies cinegéticas: conejos, liebres, perdices, codornices, tórtolas, palomas, que en estos momentos son muy escasas. También eran muy numerosas las poblaciones de lobos, zorros, comadrejas, jinetas, gato montés, tejones, garduñas, turones Entre las aves, te encontrabas con águilas, buitres, búhos, aguiluchos, alcotanes, lechuzas, cárabos, cuervos, estorninos, urracas, que en la mayoría de los casos han desaparecido o se encuentran en peligro de extinción. Pajarillos de todas clases. No había tantos buitres como hay ahora, veías algunos cuando había alguna res muerta, ahora es tal la proliferación de buitres que pueden ser una amenaza para el ganado. No existían, como ahora, jabalíes, ni corzos, ni cabras monteses, ni visones. El ejemplo más significativo de cambio fue la desaparición del lobo ibérico por los años setenta para volver a estar presente en nuestros bosques este año 2017.

Por la izquierda: Luis "El Pelechas", Pedro "El pelechas", 
         Luis " El Prim" y Hermenegildo, preparados para una
batida de lobos: Fotos: familia Mendoza
A partir de mil novecientos cuarenta, hasta los setenta, funcionaron en las provincias, no en todas, las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos que incentivaron la caza de especies consideradas peligrosas para los intereses cinegéticos (empezaron a proliferar los cotos privados de caza), agrícolas y ganaderos. Las Juntas se nutrían de fondos -subvenciones concedidas por el Servicio Nacional de Caza y Pesca Fluvial- y de las cuotas, al menos en nuestra provincia, de las Juntas Locales de Extinción de Animales Dañinos que funcionaban dentro de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos. A excepción de las especies de caza, el resto de las especies eran objeto de extinción y se premiaba su captura. Los campeones eran agasajados, y se publicaban en la prensa sus fotografías y sus hazañas. Se premiaba la caza de aves que ahora están protegidas: Águilas, búhos, halcones, milanos y hasta las culebras, lagartos  y víboras, así como las crías y huevos de estos animales. Recuerdo que por cada loba capturada se pagaban 2.000 pesetas y por cada lobo 1.000, era el precio más alto. A partir de los años setenta se subsana la situación y empiezan a dictarse normas para la protección de la fauna y flora Ibérica. Todos los animales, que hasta ese momento eran objeto de exterminio, pasan a ser especies protegidas, creándose para este fin el Instituto para la Conservación de la Naturaleza ICONA.



[1] .- Se hacían en las casas con dos guías laterales de madera de bardal y dos travesaños. Con un hierro incandescente se hacían en los travesaños cuatro agujeros para sujetar dos tablas con cuerdas que retorcidas hacían de muelle. Cuando pisaba la perdiz caía en el hoyo y se volvían a cerrar las tablas.
[2] .- Se llamaba así a la puesta de la perdiz sobre los huevos hasta la salida de los polluelos.
[3].- Se llamaban a los pollos de perdiz.
[4] .- Llamaban “deales” a piezas de paño con la que se cubrían los pies como primera capa. Después se colocaban otra de piel, a la que habían quitado la lana, para no calarse.

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